martes, 1 de junio de 2010

Cómo ser feliz y no morir en el intento...


El título es más que sugerente, y tiene esa seguridad de satisfacción garantizada que a veces nos falta a las mujeres, sobre todo en estos tiempos modernos; por decirlo de alguna forma, cuando la competencia parece haberse tornado más sangrienta y desleal. Y no hago referencia a la película, del mismo nombre.

Es que ya no sólo tenemos que luchar con nuestras eternas rivales de siempre (la vecina, la compañera de trabajo, la de curso, la mejor amiga…) y por conseguir la imagen que no logramos, por más que dupliquemos las horas que pasamos frente al espejo. También están ellos. Y están por todas partes: caminan mejor que tú, se mueven mejor que tú, son más seguros que tú, más flacos y, a veces, se ven mejor que tú… podría seguir la lista… ¡pero sería cruel!

Desde hace tiempo escuchaba que mis amigas se quejaban por ellos, y se preguntaban por qué habían abandonado sus discos (gays) para ir a meterse a TODOS los antros hetero de la ciudad. ¿No les bastaban todos los gays?, ¿querían robarnos a nuestros hombres? O ¿iban en busca de aquellos más tímidos que se negaban a autodiscriminarse, desapareciendo en un segmento del cual si formas parte la sociedad te condena? En un principio yo no los veía, hasta que mi novio terminó conmigo después de casi un año de relación. ¡No!, ¡no por un gay! Me habría muerto… Pero fue entonces, cuando volví a dedicar a mis amigas el tiempo que les había quitado (¡ups!), que pude darme cuenta de la real dimensión del problema que enfrentan “algunas” mujeres (sí, algunas).

Cuando el hombre “X” terminó conmigo (bueno, él no quería terminar quería un tiempo… y yo, obviamente se lo dí, pero perpetuo), vi con otros ojos lo que ellas, mis amigas, decían: -¡No hay hombres!, ¡todos son gay! ¡Moriremos vírgenes! (no, eso no…)- pero yo no lograba diferenciarlos en la multitud. La razón: la moda. Todos se veían iguales y ya no eran amanerados como recordaba o como quizás habría visto en parodias televisivas. Pero fue durante una de nuestras escapadas nocturnas, que la luz bajó del cielo (un foco, para ser precisa) e iluminó el rincón exacto, para que pudiéramos ver a “elegante” (lo llamaríamos así en lo sucesivo), un antiguo compañero de enseñanza media, que se besaba con otro chico.

Prometimos no decir su nombre y él prometió ayudarnos. Es que hoy en día no se puede vivir sin tener un gay como amigo. Son los accesorios del siglo XXI (en buena, esto no es más que una forma sarcástica que tenemos para referirnos a él, en respuesta a los múltiples adjetivos (descalificativos) que él emplea con nosotras (jugando)… A todo esto, el sarcasmo también nos lo enseñó Elegante).

Él nos da consejos de moda (es como tener la última edición de Cosmopolitan en casa), nos alienta a ir al gimnasio (nos empuja), va con nosotras de compras, sabe cuando dejarnos solas, ¡sabe escuchar! Como la nueva versión gay incluye músculos y es varonil, también nos cuida, y por si fuera poco nos mantiene a la vanguardia de la vida de todos; famosos y antiguos compañeros de curso o nuevos compañeros de trabajo. Pero lo mejor de todo, es que nos ha ensañado a desarrollar el olfato con los hombres. Sí, ya no nos engañan, ni perdemos el tiempo seduciendo al tipo equivocado. Lo único malo, es que Elegante y yo, en cuanto a hombres, compartimos el mismo gusto… por lo tanto, vamos por la vida a la suerte de la sexualidad del elegido, (que es el que termina eligiendo). Hasta ahora vamos 5-2, a favor de Elegante…